miércoles, 6 de junio de 2007

Las Caras de Belmez

Los miedos infantiles.... todos tuvimos alguno, los más (des) afortunados aún los tienen, y cada vez que son expuestos a él se vuelven infinitamente vulnerables. Montones de criaturas (reales o no), fenómenos físicos y climáticos, animales y hasta personajes de televisión aparecen si sacas el tema a colación alguna vez.

A mí me aterraba la Gioconda. Ah, y por supuesto las teleplastias.

En particular las de Bélmez.

(Teleplastia: Manifestación tridimensional de alguna energía desconocida o conocida).

El tema de las caras de Bélmez me impactó cuando niño. Para ese tiempo yo era un ñoño incorregible que prefería jugar solo y encerrado en casa y pasaba largas horas esforzando mi pequeña mente para intentar imaginar el tamaño de un átomo (una vez me indigné, en el colegio preguntaron de qué estábamos hechos. Un compañero dijo que estábamos hechos de células, lo que no es completamente cierto, el asunto es que a él lo felicitaron y a mí me mandaron a la esquina por decir palabrotas como "queratina" y "tejidos acelulares"), de una molécula, o cuántos átomos había en un granito de arena (Otra anécdota interesante y que me permitió darme cuenta de que algo andaba terriblemente mal conmigo ocurrió cuando traté de hacer esta misma pregunta a una niñita de mi curso, quien me respondió con la carita llena de risa y de una total ignorancia frente a todo -que a la larga es como debe ser creo- que habían "como ciento mil" [sic]. Pobre de mis compañeritos. Podría haber estado ocurriendo una hecatombe nuclear y habrían seguido jugando).

Un día llegó a mis manos una revista tipo "semanario de lo insólito" y me puse a leer. Las caras de Bélmez eran teleplastias que aparecían en casa de una familia de una provincia de España, casa que decían estaba construida sobre un cementerio.

Un par de fotos y me bastó. Durante años no pude descansar bien si dormía con la cara hacia la pared. En principio las imaginaba dibujadas como con grafito en la pared. En mis sueños las caras aparecían haciendo relieve en la muralla y se movían. Luego la misma muralla cobraba vida, y las caras pasaban de meras manchas a formas completamente orgánicas que poco tenían que ver con las caras originales, pero sí alimentaban mi ya entonces prolífica imaginación y me aterraban aún más.

Hace unos seis años las pesadillas regresaron. Buscando capturarlas de alguna forma comencé a pintarlas conforme iban apareciendo en mis sueños. Así nació la infame serie de esculturas y pinturas. Infame porque como verán más tarde se perdieron casi todas.

La primera, Las Caras de Bélmez, es una exploración al mundo de estas caras malignas que irrumpen en los sueños de cualquier humano vulnerable y lo acosan hasta que sucumbe.

Fue un cuadro que comencé y decidí terminar el mismo día antes de irme a dormir. De alguna manera pensé que podría ayudarme con las pesadillas, y así fue.

(Durante esa época dormía muy poco, y pasaba al menos una noche de cada fin de semana con una cerveza, las tizas pastel y un block de notas creando criaturas, conceptos y relatos un poco, digamos, impíos).

Como anduvo todo mejor, decidí prolongar la serie, y pronto apareció Belmez II, una escultura en resina translúcida, yeso y modelpasta que contenía un molde deformado de mi propia cara.

Lamentablemente nunca pude obtener fotos de ella y el original se perdió junto con muchas pinturas que maltrataron en una exposición de la facultad.

Pronto apareció Belmez III: Parto múltiple, un formato algo más grande, esta vez experimentando con nuevas técnicas y un diseño de columnas carnosas. En aquel cuadro hay un esbozo de lo que ocurre detrás de aquel muro orgánico que separa ambos mundos: esta vez una mano se abría camino por los mismos canales parturientos por los que atraviesan las caras. Este trabajo lamentablemente también se perdió en aquella estúpida exposición de la facultad a la que nunca debí haber ido.

Creo que lo que vino después fue un final anticipado. Durante un sueño vi cómo miles de atormentados por las caras las arrancaban de las paredes, algunos desgarrándolas a mano limpia, otros con cuchillos, tijeras y toda una colección de aparatos cortantes y punzantes. Las caras seguían saliendo de las grietas, como si hubiese miles esperando su turno para intentar entrar en nuestro mundo.

No recuerdo si lo que sigue lo soñé o lo imaginé más tarde, pero tengo en la cabeza la imagen de una criatura completa que logró atravesar el umbral. Una tripa blanda y viscosa de un tono verdoso casi biliar, con un extremo terminado en punta que se retorcía de forma casi antinatural y otro romo, donde se esbozaba un rostro semihumano, sin ojos, por cuya boca no dejaba de brotar una baba espumosa de olor dulzón y nauseabundo.

Como resultado, creé una máquina que finalmente mantendría a las criaturas a raya. Una estructura metálica instalada sobre la pared, en la cual se mantenía la criatura viva pero inmóvil. La baba se recogía y reinyectaba. Horrendo sin duda, pero efectivo dado el ciclo de vida y reproducción de los engendros... parte que me reservaré por ahora. No es mi intención asquear a nadie.

Revise las imágenes acá

[expandir/colapsar]

0 Fans

Publicado por Nahuel el miércoles, 6 de junio de 2007

 


 

Entradas Anteriores

  • Sobre extrañar y desanimarse a mitad de camino
  • La mayor estupidez humana II
  • La mayor estupidez humana I
  • Femmes
  • Bautizo, algunos progresos y más
  • Permuto saco de talentos y desordenes mentales por...
  • Sankofa
  • Closer?
  • Envidia, discriminación inversa y otras hierbas.

  •